PRIMEROS TIEMPOS

Un movimiento del Espíritu Santo ha formado durante los pasados 180 años grupos de cristianos alrededor de todo el mundo que se congregan únicamente al Nombre del Señor Jesucristo como Centro divino de reunión, conforme a Mateo 18:20.

Ellos procuraron volver a los principios y prácticas del Nuevo Testamento; creen que “la iglesia del Dios viviente” (1.ª Timoteo 3:15), consiste en “un solo cuerpo” compuesto por todos aquellos que han “nacido de nuevo” (Juan 3:3,5), por creyentes en Cristo en quienes mora el Espíritu Santo (1° Corintios 3:16), y se congregan en diversos lugares simplemente como miembros de ese “un cuerpo” (Romanos 12:5; 1.ª Corintios 12:12-13; Efesios 4:4).

El Espíritu Santo de Dios es reconocido como el director y guía legítimo de la Asamblea, y la Biblia es considerada como guía y autoridad plenamente suficiente y divinamente inspirada en asuntos de fe y práctica (2.ª Timoteo 3:16-17). La Biblia enseña a estos creyentes que todos los verdaderos cristianos son un sacerdocio real y santo, por lo que el Espíritu Santo tiene la libertad de utilizar, a cualquiera que él desee, como su portavoz en la oración y la alabanza (1.ª Pedro 2:5, 9; 1.ª Corintios 12:11).

Estos creyentes reconocen que Cristo es la Cabeza de la Iglesia y que ha dado dones a su Asamblea, tales como apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, y que “a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo… para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:7-12). Por consiguiente, estas Asambleas no cuentan con el ministerio de «un solo hombre», ni con el de «cualquier hombre», ni con ningún ministerio ordenado (o nombrado) por los hombres, sino que tienen un ministerio de dones que Cristo mismo ha dado a su Iglesia.

Estas compañías de creyentes no tienen ningún tipo de jerarquía eclesiástica, ni autoridad central, o clérigos ordenados. Sin embargo, no existe independencia entre las distintas Asambleas. Funcionan en forma conjunta, siendo “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3). Creen que cada Asamblea constituye, no una unidad independiente o autónoma, sino una representación local de la Iglesia en su conjunto sobre la tierra, por lo que, se reconocen las acciones de cada Asamblea Local realizadas en el Nombre del Señor Jesucristo, en Su presencia, y conforme a la Palabra de Dios, como obligatorias y autoritativas en todo lugar (Mateo 18:18; 1.ª Corintios 5:4).

Al entrar en algún modesto local de reuniones de los cristianos que se congregan de este modo un domingo por la mañana —día del Señor—, se los verá sentados alrededor de una mesa sobre la cual yacen un pan y una copa junto a una vasija de vino. Éste es el único rasgo que le llamará la atención, pues no verá ningún clérigo o ministro que esté a cargo de la reunión. Si se pregunta cuál es el programa del culto, se le responderá simplemente que no existe. Si quisiera saber quién dispensará el pan y el vino, se le dirá que cualquier hermano de buen testimonio en la Asamblea lo puede hacer. Si pregunta quién va a tener la predicación, la respuesta será que los hermanos no se han reunido en esta ocasión para oír un sermón, sino para rendir alabanza y adoración al Señor Jesucristo, y para recordarle en su muerte. En esta reunión, los hermanos se desenvuelven como “sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1.ª Pedro 2:5). Una vez culminada la Cena del Señor, puede tener lugar una meditación de la Palabra de Dios por parte de algún hermano.

¿Cuál es, pues, el propósito de este servicio? Es un sincero esfuerzo por satisfacer el pedido del Salvador la noche que fue entregado, “Haced esto en memoria de mí”, y por seguir las instrucciones dadas por revelación al apóstol Pablo con respecto a la celebración de la Cena del Señor (Lucas 22:14-20; 1.ª Corintios 11:23-29). La meta es seguir el ejemplo de los primeros cristianos, quienes “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” y se reunían “el primer día de la semana… para partir el pan” (Hechos 2:42; 20:7).

En cuanto a la recepción al privilegio de participar de la Cena del Señor, los hermanos no siguen una práctica de comunión «abierta» (participación librada únicamente al criterio del individuo que se hace presente), como tampoco «cerrada» (participación exclusiva de quienes se reúnen regularmente), sino que es una participación «vigilada y responsable», es decir, se tiene «cuidado» de la Mesa del Señor, siendo responsables los hermanos de guardar el carácter santo de Aquel cuya muerte se conmemora.

Estos cristianos reconocen y ponen en práctica la presidencia espiritual del Espíritu Santo. Ellos creen que el Espíritu de Dios reparte “a cada uno en particular como él quiere” (1.ª Corintios 12:11), por lo que cualquier hermano que no esté bajo disciplina tiene libertad para indicar un himno para que toda la congregación cante, levantarse para orar en representación del conjunto, para leer las Escrituras y para dar gracias por el pan y por la copa en la celebración de la Cena del Señor.

En obediencia al mandamiento del Señor —el cual ordena que las “mujeres callen en las congregaciones”―, las hermanas no participan de una manera audible en la congregación. Ellas también cubren sus cabezas en reconocimiento al orden jerárquico establecido por Dios en la Creación (1.ª Corintios 14:34-35; 1.ª Timoteo 2:8-14; 1.ª Corintios 11:3-13).

Aquellos que participan como cristianos reconocidos, dan sus ofrendas en la reunión de adoración cuando se conmemora la muerte del Señor. La única colecta de la asamblea para sus expensas, para el sostenimiento de los siervos del Señor y de su obra, así como para ayudar a los necesitados, tiene lugar por lo general durante este servicio, tal como puede derivarse de la lectura de Hebreos 13:15-16, donde se asocia el  sacrificio de alabanza con el sacrificio de dar de nuestros bienes. Esto también se halla en armonía con las instrucciones apostólicas referentes a la colecta para los santos que debía tener lugar el primer día de la semana (1.ª Corintios 16:1-2).

La mayoría de las asambleas tienen un servicio para los niños el día del Señor por la mañana, comúnmente llamado «Escuela Dominical». Se tienen clases bíblicas para varias edades, y los adultos por lo general se juntan a esta hora para tener un estudio bíblico en conjunto.  Durante la noche del domingo se tiene una reunión para la proclamación del Evangelio a los inconversos, lo cual es realizado por aquellos especialmente dotados por el Señor para predicar las Buenas Nuevas de salvación en Cristo. Dependiendo de la ocasión, también puede tener lugar una «reunión abierta» para el ministerio de la Palabra de Dios.

Durante la semana «los hermanos» acuerdan reunirse generalmente a la mitad de la misma para tener un servicio de oración y de estudio de la Biblia. Cada hermano tiene la misma libertad para participar, de la misma manera que se observa en el culto del domingo por la mañana. También en algunos lugares puede haber reuniones especiales para los jóvenes.

En cuanto a los nombres, estos creyentes prefieren llevar el simple título de «cristianos», «santos», «hermanos», etc., los cuales se aplican a todos los hijos de Dios. Rechazan todo nombre denominacional, y desean ser conocidos simplemente como «cristianos que se congregan al solo Nombre del Señor Jesucristo». Santiago 2:7 habla del “buen nombre que fue invocado sobre vosotros”.